El municipio de Ciénaga se sitúa a orillas del mar Caribe, junto a la Sierra Nevada de Santa Marta, conocida por su amplia variedad de paisajes y su bien conservada arquitectura.
Ciénaga es un importante centro urbano del Departamento de Magdalena, orgulloso de su arquitectura de la era republicana, que constituye la mejor representación del “esplendor bananero” derivado de la riqueza agrícola de esta región. Destacan los edificios institucionales y las casas solariegas, testimonio de la prosperidad de que disfrutan los propietarios de las plantaciones bananeras.
Ciénaga era un poblado indígena que fue catequizado por fray Tomás Ortiz. Desde entonces, ha sido determinante en el desarrollo de la costa Caribe de Colombia. Prueba de ello es su centro histórico, que en 1996 fue declarado patrimonio cultural de la nación. Es un sitio ideal para entender cómo se cultiva el banano, para disfrutar de sus aguas termales y para divertirse en el Festival del Caimán Cienaguero.
Colombia es la expresión de un presente vertiginoso con múltiples pasados y una frivolidad que ama la vida y que se entreteje con lo trágico. Su cronista por excelencia es Gabriel García Márquez. Hay quienes afirman que fue la Ciénaga, y no Aracataca, la verdadera inspiración para describir Macondo en Cien Años de Soledad.
“¡El monumento a los mártires de las bananeras!”, exclama Raúl, nuestro joven guía turístico, y señala una estructura de acero sobre la que se yergue una esbelta figura masculina a una altura tal que puede pasar inadvertida para los transeúntes que pasan por la plaza donde está situada. “¿Han oído hablar de la masacre?”, nos pregunta Raúl. La masacre. Se dice que permaneció en el olvido desde aquella noche del 5 de diciembre de 1928, cuando unos 3,000 trabajadores bananeros de la United Fruit Company se declararon en huelga y, blandiendo sus machetes, avanzaron por la plaza principal hacia la estación del ferrocarril. Pero allí los estaban esperando los militares, emboscados, y allí mismo cayeron uno tras otro bajo el fuego de las ametralladoras.
Y en efecto se edificó un monumento a los caídos, pero la placa que explica la razón por la que existe el monumento ha desaparecido, así como desapareció la riqueza que durante unos años había hecho de la Ciénaga una morada de injusticias, que incluso atrajo a lo más refinado de Europa. Todavía pueden verse, bajo incontables capas de pintura, las suntuosas fachadas de las mansiones coloniales.
Pareciera como si la soledad estuviese de regreso, impasible ante el parloteo de los grupos de turistas que deambulan por ahí. Pero no es aquí donde los paseantes pueden descubrir su encanto y sus revelaciones. Se trata más bien del presente percibido, compuesto por varios pasados. El tiempo parece haberse detenido y, a la vez, avanza en círculos.
El malecón es el nuevo paseo costero. Ciénaga está en pleno resurgimiento. El apoyo del gobierno al sector turismo está ayudando a restaurar la infraestructura y los espacios públicos. Esta actividad constructiva fortalece el potencial de la costa y de sus zonas aledañas, y promete servir como impulsor de actividades, de bienestar y de desarrollo. También se espera que impulse la economía y las actividades culturales y recreativas. Además, el medioambiente y el mejoramiento de las playas cercanas es fundamental en los esfuerzos para mejorar la calidad de vida de la población local y para fortalecer la relación estratégica del entorno natural con la región circundante.
La playa, el mar, el sol, junto con la arquitectura colonial, hacen de la Ciénaga un lugar que merece preservarse. Pasear por el litoral cienaguero significa hacerse parte de una cultura singular. Ser oriundo de este sitio suscita en la gente una sonrisa de orgullo. Los aromas y el clima cálido hacen de esta ciudad un sitio muy atractivo que vale la pena descubrir.
Ciénaga ha puesto su interés en desarrollar un turismo ecológico, cultural y patrimonial cuyo valor es indiscutible. A comienzos de los años 1990 fueron declarados patrimonio de la nación los sitios más destacados: el centro histórico −un mosaico arquitectónico en el que destacan la iglesia de San Juan Bautista, la Plaza del Centenario, El Templete, la logia masónica y la “Casa del Diablo”−, así como una gran variedad de edificios de la era republicana, testimonio del auge de la banana y el tabaco que fueron el distintivo de la ciudad.